El silencio abrumó a la cuidad
aquel día que perdieron su gracia las palabras.
El alma de la urbe
puso a secar sus lágrimas
en los postes de luz.
En vano, el último de los pájaros
al no encontrar el soporte del vuelo
ni el descanso del canto,
recurrió al pentagrama.
Los poetas, inválidos del alma,
no han sembrado disturbios
se contentan, recorriendo las calles
gracias a la ayuda de un perro lazarillo
que los conduzca a respirar el sol.
La claridad se aniquiló
para dejar sin sombras la alameda.
El espacio se desplomó
en los restos de poetas y pájaros.
FERNANDO MARTÍNEZ SÁNCHEZ
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