Si tu me lo permites, Doña Luz, te llevo a mi espalda, te paseo en hombros para volver a ver el mundo.
Quiero seguir dándote el beso en la frente, en la mañana y en la noche y al mediodía. No quiero verte agonizar, sino reír o enojarte o estar leyendo seriamente. Quiero que te apasiones de nuevo por la justicia, que hables mal de los gringos, que defiendas a Cuba y a Vietnam. Que me digas lo que pasa en Chiapas y en el rincón mas apartado del mundo. Que te intereses en la vida y seas generosa, enérgica, espléndida y frutal.
Quiero pasear contigo, pasearte en la rueda de la fortuna de la semana y comer las uvas que tu corazón agitaba a cada paso.
Tu eres un racimo madre, un ramo, una fronda, un bosque, un campo sembrado, un río. Toda igual a tu nombre, Doña Luz, Lucero, Lucha, manos llenas de arroz, viejecita sin años, envejecida sólo para parecerte a los vinos.
JAIME SABINES
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